Una historia sin animales

Un blog de Alex Oller Guinot

Que curiosa es la vida. Parecía que fuera un sacrilegio para muchos si no íbamos a visitar una estatua de hierro y cobre de 1886 que lo único que hace es aguantar un libro y una antorcha y resulta que por unas tumbas de más de 4.000 años, la única de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo que ha llegado hasta nuestros días, nadie pregunta… Curioso, curioso…
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Bueno, como ya habéis visto este post va de pirámides. Para visitar las pirámides de Giza y las más lejanas de Dahsur y Saqqara, tienes dos opciones, contratar un tour organizado (coche particular con guía propio, entradas a parte) o coger un taxi para todo el día. Como ambas opciones nos salían más o menos por el mismo precio (unas 220 EGP por coche, es decir, casi 30 euros), nos decantamos por lo primero y lo contratamos en el mismo hotel.
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Eso tiene sus pros y sus contras. Los pros son que vas a tiro hecho, te ahorras estar regateando con el taxista media hora y vas en un coche nuevecito y en condiciones. Los contras son que el tour te incluye la “visita” a un “museo” de papiros y a uno de perfumes, es decir, parada obligatoria en la tienda de unos colegas que le dan comisión al conductor y donde vas a perder el tiempo, a tomarte un té aunque no te apetezca y a hacer el paripé aunque desde el principio sabes que no quieres comprar nada, por no hablar de los precios abusivos que tienen (exageradamente caros). La parte buena es que ya le hemos pillado el truco y cuando te ofrecen cualquier cosa les dices lo que te cuesta el hotel (unos 13-15 euros) y que con lo que te están pidiendo duermes 5 noches. En ese momento ven que poco negocio harán contigo y la verdad es que la “presión” para que compres cesa en el acto.
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Bueno, a lo que íbamos, empezamos la mañana yendo a Dahsur (a unos 20 Km de El Cairo) para visitar las pirámides Roja, Negra y Romboidal… bueno, a visitar la Roja, porque actualmente no está permitido acercarse a las otras dos y sólo las vimos de lejos.
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La verdad es que la visita vale la pena. Tras subir unas cuantas escaleras hasta la puerta de entrada (que cansan de coj*nes) tienes la oportunidad de entrar dentro de la pirámide.
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Yo no me considero especialmente claustrofóbico, pero la verdad es que descender por el estrecho pasillo de 27º de pendiente me agobio un poco y esos 63 metros de pasillo se me hicieron laaaaaargos… suerte que había poca gente y prácticamente no te cruzabas con nadie.
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Una vez dentro, pues nada, miras un par de antecámaras y la cámara funeraria y para fuera otra vez, a escalar por el p*to pasillito.
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La segunda parada fue en Saqqara, a visitar la pirámide escalonada de Zoser, considerada la pirámide más antigua de todas.
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Según nuestro conductor, la entrada sólo te daba derecho a pasear alrededor de la pirámide y nos preguntó si aún así queríamos pagarla. La verdad es que creo que decía la verdad, así que optamos por hacer un par de fotos rápidas desde la distancia. Como podéis ver, el conductor era un crack haciendo fotos (aquí estamos nosotros y el culo de su coche).
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La tercera y cuarta parada fueron las consabidas visitas a los falsos muesos (papiros y perfumes). Ala, pierde ahí tres cuartos de hora haciendo el paripé.
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Quinta parada, ¿las pirámides de Giza? Noooooo, que vaaaaa… el cabroncete del conductor te lleva a la parte de atrás del complejo, donde están todos los establos de caballos y camellos, y te lleva al establo de otro coleguilla que le da comisión. La verdad es que no era nuestra idea coger ningún bicho de esos pero como la Lonely Planet dice que llegar en caballo o camello por la parte de atrás te da una visión totalmente distinta del recinto, pues al final accedimos a coger un par de caballos (con guía, claro), eso sí, tras regatear un buen rato y reducir las 600 EGP que nos pedían en un principio a 300 (otra vez el truco de lo que pagamos por dormir), así que los caballos nos salieron por unos 20 euros por cabeza.
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La verdad es que yo no disfruté mucho la visita. Subirme encima de cualquier bicho me da mal rollete (que se lo digan a Christopher Reeve, RIP) y encima mi caballo era un cabrón que no paraba de mear, cagar y morder a los otros dos caballos. Para prueba, esta foto. El cabrón de detrás era el mío… y sí, eran todos machos.
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Bueno, llegados a la loma de una colina bajamos de los bichos para hacer fotos. El guía te hace todo el reportaje fotográfico al más puro estilo guiri (que si ahora toca la pirámide con la punta del dedo, que si ahora haz el egipcio…). Aquí os dejo unas foto para que veáis de lo que hablo…
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… este era nuestro guía (la rubia no, el otro)…
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Después de la cutre-sesión de fotos, bajamos hacia las pirámides y nos dejó un ratillo solos para que exploráramos la esplanada (y nos enfrentáramos a los numerosos caza clientes que hay allí).
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De todas formas, entre que el guía nos estaba esperando, que el caballo me había dado muy mal rollo y que ya estaba un poco harto de la mañanita de papiros, perfumes y establos de “amigos”, pues la verdad es que me agobié y no disfruté como debiera de la visita, por lo que hemos decidido que antes de abandonar El Cairo volveremos a visitar las pirámides, a patita, por libre y sin nadie que nos espere (o sea, tendréis un nuevo post).
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(P.D.) Propinas: os preguntaréis si dimos propinas… pues sí, al guía de los caballos le dimos. Era un tío que desde los 7 años había vivido y trabajado en esos establos y hasta que se casó hace tres años dormía allí mismo, así que pensamos que es el que más se lo merecía… ¿Y al cabroncete de nuestro conductor? Pues nada de nada, no habernos llevado a tanta tienda de “amiguetes”.
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¿Qué? ¿Cómo? ¿Pero no estabais en Egipto?...
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En efecto, estábamos en Egipto… y seguimos en él. De hecho, llegamos a Dahab hace 10 días y de aquí no nos hemos movido aún.
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La cuestión es que como llevo tiempo sin publicar nada en el blog y quedaron cosas de nuestro paso por NYC en el tintero, pues me ha dado por ahí.
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Y puestos a escribir algo sobre NYC, escribiré lo más importante del mundo, lo que a muchos de vosotros no os dejaba dormir, la visita a la Estatua de la Libertad… ¿qué?, ¿no es importante?... pues no lo parecía cuando llamábamos… ¡¡¡pero si era le pregunta estrella!!!... ¿ya habéis ido a la estatua?, ¿no?, ¿cuándo iréis?, hola de nuevo, ¿ya habéis ido a la estatua?... Como si no hubieran cosas más importantes en New York.
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Siiiiii, al final fuimos, no fuera que por no ir creáramos una disfunción cósmica y una fractura en el espacio-tiempo que acabara con todo el universo y nos lo pudierais echar en cara.
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La cuestión es que la última semana que estuvimos en NYC nos dio por acercarnos a media mañana por la zona con la esperanza de que si había poca cola lo intentaríamos…
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… y no había poca cola, de hecho no había nada de cola. Así que ante nuestra sorpresa, comprar la entrada, pasar los controles de seguridad y subir al ferry, sólo nos llevó unos 10 minutos. Si es cierto que no habían tickets para subir a la corona de la estatua, pero después de subir al Empire State o al Top of the Rock, como que no importaba mucho ese detalle.
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Así que nuestra visita a la Estatua de la Libertad consistió en tomar el ferry y congelarnos en la cubierta (cosas de turistas, que preferimos pasar frío y ver unas vistas que ya hemos visto varias veces a ir calentitos en el interior de la embarcación)…
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… eso sí, con mi anorak Gansta Rap que tanto os gustó…
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… llegar a la isla y dar la vuelta alrededor de la estatua junto con un montón más de españoles que parece que su finalidad es joderte las fotos (eso sí, en Harlem cuando oscurece no se os ve el pelo, ¿eh, piltrafillas?)…
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… hacer alguna foto panorámica del Finantial District…
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… entretenerte intentando fotografiar a las gaviotas en pleno vuelo…
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… sacar las consabidas fotos con la estatua…
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… y volver a coger el ferry de vuelta.
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Por cierto, antes de volver a Manhattan el ferry hace otra parada en Ellis Island, la isla donde llegaban los inmigrantes al final del siglo pasado antes de que les permitieran entrar en los Estados Unidos. Dicen que lo más interesante de la isla es que si tienes antepasados que pasaron por allí puedes buscar su registro… pero como aquí unos servidores descendemos de catalanes, aragoneses y andaluces (y si nos remontamos más lejos, seguramente de judíos y moros), pues preferimos mantenernos calentitos dentro del ferry (esta vez sí, dentro) y volver a Manhattan directamente para llenar el estómago con algo caliente.
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Después de nuestro paso por Luxor y tras una breve “parada técnica” de dos días en El Cairo, decidimos ir hacia el oasis de Bahariya para visitar los desiertos blanco y negro.
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Viajamos desde El Cairo con autobús de línea (25 EGP por trayecto, unos 3 euros). El trayecto, de menos de 300 Km, duró unas 5 horas y media, lo cual no está tan mal si tenemos en cuenta que tardamos una hora y media de salir de la ciudad y que paramos media hora en un antro de carretera para que la gente hiciera “sus cosas”.
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Una vez llegados a Bawitti (la “capital” del oasis) nos vino a buscar a la estación Badry, el dueño del “Desert Safari Home”, donde habíamos reservado alojamiento… y ese fue nuestro gran error, aunque más tarde hablaré de ello.
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Cuando pensamos en un oasis nos viene a la mente un lago en medio del desierto, más o menos grande, rodeado de palmeras y casas. No sé cómo serán otros oasis, pero Bahariya no es así. Al contrario, Bawitti es un pequeño pueblo atravesado por la carretera donde el resto de calles están sin asfaltar y que parece que su principal medio de subsistencia es el turismo que viaja hasta allí para visitar el desierto.
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Sí que hay palmerales tras el pueblo, pero tras un rato de andar por ellos y mojarnos los pies de vez en cuando (ya que eran abundantes las zonas encharcadas), perdimos el interés y nos volvimos hacia el pueblo.
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Por cierto, averiguamos como se deshacen de los burros muertos…
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Volviendo al tema del “Desert Safari Home” (75 EGP la noche, 10 €), a veces lo barato no sale bien. Éste hotel está en las afueras de Bawitti, a media hora caminando del centro (lo comprobamos personalmente un día que fuimos y volvimos andando), lo cual hace que acabes comiendo y cenando allí prácticamente cada día. Esto no sería un problema si no fuera porque comes “lo que hay” y siempre hay lo mismo, así que al cabo de tres días estás harto de esa ensalada, ese arroz, ese potaje de verduras y hortalizas…
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El segundo problema es que Badry (el dueño) no te deja pagar al momento, si no que se empeña en que pagues toda la cuenta al hacer el check out, cosa que te obliga a ir apuntando que es todo lo que has consumido para que al final no te cuelen un gol.
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Tercer problema: la limpieza. Diría que es con mucho el lugar más sucio donde nos hemos alojado en Egipto. De acuerdo en que no era una suciedad extrema, pero pasarle un trapito a las mesas una vez al día no estaría de más para no ver cada día esa mancha de mermelada que se te cayó el primer día desayunando.
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Cuarto problema (y el mayor): contratamos la excursión al desierto con él. Ya empezó el problema con el precio, ya que Badry decía que como éramos tres y no cuatro (nosotros y un japonés empanado) nos salía la cosa a 300 EGP (40 €) por cabeza (visita a los desiertos blanco y negro, cena en el desierto y dormir bajo las estrellas). Nosotros se lo negociamos (sin apretar mucho) a 250 EGP, pero el día de la excursión nos vino con la historia de que la entrada al desierto se pagaba aparte y curiosamente eran las 50 libras que faltaban para completar las 300 iniciales.
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Hasta allí la cosa habría ido más o menos bien si no fuera porque el día que Badry “decidió” que hiciéramos la excursión (y lo decidió a las dos de la tarde diciéndonos que salíamos en 15 minutos) coincidió con una tormenta fuera de lo común en el norte de Egipto, y si en El Cairo tuvieron rayos, truenos y lluvia, en el desierto eso se tradujo en una tormenta de arena del copón.

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Resultado de eso: visitamos los desiertos blanco y negro (a unas dos horas de trayecto) bajo la tormenta de arena y pese al intento del guía para que cenáramos y durmiéramos en el desierto, los toldos que había montado salieron volando y tuvimos que “levar anclas”.

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La alternativa ofrecida fue dormir en una jaima beduina dentro de la cual habían como treinta franceses, con lo cual declinamos la oferta y pedimos volver esa noche a cenar y dormir al hotel (creemos que el japonés era el que más ganas tenía de volver porque el pobre tenía una cara de acojone…).

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Cabe decir que prácticamente todos los todoterrenos que habían por el desierto optaron por la misma solución.

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Como nuestra estancia se “acortó” en una noche (la que no pasamos en el desierto) decidimos irnos un día antes y así lo dijimos en el hotel. El problema vino dos días después al pagar la cuenta ya que Badry nos cobraba el depósito de esa noche que habíamos anulado. Vale que eran quizás dos o tres euros, pero al menos queríamos un “detalle” por la fallida excursión al desierto (Badry tuvo cuatro días para hacerla y escogió el único día con mal tiempo porque era el que más le convenía). Después de un breve regateo, a regañadientes descontó algo, con lo cual nos dimos por satisfechos.

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Como punto final a todo el despropósito, en el momento de irnos, cuando se suponía que nos iba a acompañar a la parada de autobuses de Bawitti (ya nos había dado él los billetes), se limitó a llevarnos a la salida del hotel junto a la carretera y decirnos que esperáramos, que en 10 minutos pasaría por allí el autobús y que lo paráramos, y allí nos dejó plantados.

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Efectivamente el autobús vino, pero el “pirata” de Badry debió comprar los billetes con otra compañía (seguro que más barata que lo que nos cobró) la cual en lugar de dejarnos en el centro de El Cairo nos dejó en la quinta ****. Afortunadamente el autobús paró cerca del final de una de las dos líneas de metro de El Cairo y, como ya tenemos experiencia con el metro de la ciudad, no nos fue difícil llegar hasta el hotel desde allí.

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En fin, como veréis, si bien la “excursión” a Abu Simbel salió muy bien, la de Bahariya no. Bueno, a menos pudimos ver el desierto blanco (y llevarnos gran parte de su arena con nosotros), pero nos queda pendiente para un futuro el volver para verlo tal como se merece, con buen tiempo.

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Anexo: el japonés empanado.

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Dios nos pille confesados si todos los tokiotas son como éste (si, él decía que era de Tokio).

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1) Para empezar, a su lado nosotros éramos locutores de la BBC ya que si nuestro inglés es pésimo, el del colega ni te cuento.

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2) Le preguntamos qué zona de Tokio nos recomendaba para alojarnos y cuando le dimos el mapa de la ciudad parecía que le hubiéramos dado un mapa de la Vía Láctea ya que se lo miraba de arriba abajo como si en si vida hubiera visto Tokio en un mapa.

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3) Era el vivo retrato de Benji (ya sabéis, “Oliver y Benji, los magos del balón…”) ya que siempre iba vestido con camisetas de fútbol y con una pelota pegada a los pies (incluso dentro del hotel).

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4) Empanado, empanado… nos dijo que tenía tres semanas para visitar Egipto, Jordania y Siria y “desperdició” cuatro días en Bawitti por que “mister Badry” (como él le llamaba) le prometió que le llevaría a un colegio de allí a hablar con los chavales… la verdad es que daba pena ver como le preguntaba cada día a Badry si era ese día cuando iban al colegio y el pirata le daba largas y le decía que “mañana seguro que iban”.

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Lo dicho, Dios nos pille confesados como todos los japoneses sean igual que éste.